lunes, 25 de enero de 2016

EL CUENTO DEL CUERPO



Encontre un suplemento que se llama Letras para llevar de la Gaceta Nicolaita (UMSNH) donde publicaron una serie de cuentos juveniles desarrollados en el taller Maquinaria de Historias.

Hay varios que me atraparon y son cortos, esta vez les comparto El Cuerpo, autor Martín Francisco Zepeda. Esto con el fin de variar un poco en las entradas de este blog, espero lo disfruten y lo lean hasta el final.

Cuando desperté ella estaba muerta. Tenía tan sólo unos minutos que había ocurrido. Su cuerpo aún flexible y tibio; sus labios, un poco separados, estaban todavía húmedos, sus ojos vacíos aún tenían brillo. El aro rojo que le recorría el cuello me decía claramente cómo había muerto, pero no tenía idea de quién, porqué, y cómo había ocurrido; sin que me diera cuenta, yo dormía a su lado mientras ella era asesinada.

Para mi oficio de detective es una burla, un golpe bajo. Muchas veces pensé en hacerlo, ser el autor de su muerte. Después de más de veinte años de casados tenía memorizado cada uno de sus movimientos, ya sentía el hartazgo en el estómago con tan sólo verla. Sus constantes quejas por mi oficio me asfixiaban, que si llegaba tarde, que si en fechas importantes nunca podía contar conmigo, que porqué tenía que estar metido en bares, arrabales y burdeles dizque investigando. Que si no tuvo hijos fue porque iban a crecer sin un verdadero padre, todo el tiempo ausente y sólo hablando de asesinatos, mafia y demás porquerías. Que el insomnio que no me dejaba desde hace años y mi reciente sonambulismo le habían quitado la paz, no podía descansar, siempre estaba alerta.

Me culpaba de su infelicidad, y yo de mi estrés cotidiano. Ya estábamos hartos. Por eso es que gozaba tanto cada vez que la mataba en mi mente, lo hice de muchísimas formas, tal vez de todas las que conocía. Cada vez que veía una forma nueva, original, la imaginaba a ella como la víctima.

Pero ahora esa fantasía se terminó, ya está muerta, así nada más, y a pesar de creer conocer todo sobre ella, hasta los mínimos detalles, no tengo un solo sospechoso.

Me paro al baño a mojarme la cara, me miro al espejo por varios segundos, observo varios rasguños que no recuerdo en cuál trifulca me los dejaron, y me doy cuenta que por primera vez no se qué hacer con un muerto. Eso me enerva. Entonces la veo a ella por el espejo, detrás de mí, observándome. Volteo y su cuerpo sigue en la cama, y encima de ella sobre su pecho, su gata, clavándome los ojos. La detesto tanto como la detestaba a ella, pero ahora el vacío de su muerte, de una pista, de un motivo, me hace volcar todo el coraje sobre ese felino que no me dejaba de mirar inquisitiva y arrogantemente.

La agarro con fuerza, me clava sus uñas y las arrastra hasta dejarme la piel en carne viva, la azoto contra la pared varias veces. Se me escapa pero sus movimientos son torpes, así que la alcanzo de un solo zarpazo; sus maullidos me provocan a golpearla con más fuerza, escucho cómo se rompen los huesos de su cráneo, el olor a sangre me declara el triunfo, arrojo su cuerpo por un lado, me dejo caer sentado sobre el piso y trato de pensar, ¿quién querría matar a un ama de casa silenciosa, que sólo observaba y acariciaba su vientre vacío?

P.d. Perdona pal por la referencia felina.

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